Hace bastantes años, un matrimonio de Totana que se vino de Cataluña pensó poner aquí un bar al estilo de los que hay en el centro de Barcelona llamados Frankfurt, en los que sirven perritos calientes, hamburguesas y pequeñas cosas a la plancha para que coman los empleados o dependientes del centro urbano que viven alejados. Estos locales se instalaban en pequeños rincones o incluso en las entradas de las grandes casas y tienen bastante éxito. Abrieron el Frankfurt en este local y el resultado no fue el esperado, por lo que lo vendieron a Francisco Galera, que con su esposa Antonia Baños en el timón de la cocina y sus hijos sirviendo las mesas, lo modificó, le cambio el nombre por el de Snoopy y le puso el logo con el que lo conocemos.
Con las discotecas a pleno funcionamiento el local se llenaba por las noches y gozó del favor del público joven, pero los hijos del propietario no quisieron continuar con el negocio por lo que en un principio lo arrendó a diferentes personas que pusieron cada uno su impronta con el consiguiente cambio de clientela, pues cada uno tenía la suya, y eso restó estabilidad, hasta que lo hizo Pedro Navarro del Vas, que había sido camarero en el local y le dio su impronta personal.
El éxito del negocio animó a Pedro a adquirir el local y a base de bien trabajar recuperó mucha de la clientela anterior, mantuvo la suya y consiguió un agradable ambiente a la hora del café y los almuerzos, haciendo que la clientela se conociera y fuera más una reunión de amigos que otra cosa.
Pero Pedro, trabajador e inteligente, decidió instalar una pizzería en el local anejo y al ver que era demasiado trabajo decidió arrendar el Snoopy a diferentes personas, que cada uno llevó a sus amigos con el consiguiente despiste a la clientela habitual, pues cambiaban las tapas y el servicio en cada caso era diferente.
Llegó un momento en que Pedro decidió abandonar el horno con la cocina italiana y volver al Snoopy y los clientes lo reencontramos con alegría. Volvió a darle su personal estilo, se trajo a su cuñada María a la cocina y nos da a degustar unas inmejorables almejas en salsa, pulpo, huevas y letones en temporada y, muy especialmente, una buena sartén de migas todos los días del año, llueva o no lo haga, pues las migas no saben cuándo llueve, que se suelen acabar en un par de horas de almuerzos.
Si bien el local no es muy grande, tiene una soleada terraza cubierta y acristalada en la que proporciona un agradable estar, tomando el sol en invierno con una buena estufa y el fresco en verano.
Su clientela es generalmente la misma, personas trabajadoras que toman su desayuno o almuerzo en el Snoopy o tomando el aperitivo, especialmente de cocina tratado con las estupendas manos de María, que suele sonreír siempre aunque esté muy agobiada de trabajo, encabezado por el buen hacer y agrado de Pedro.
Juan Ruiz García